lunes, 13 de marzo de 2017

Cuando no hay manera de contentarles.

Los niños tienen momentos que parecen determinados a enfadarse, enrabietarse y llorar independientemente de lo que hagamos por ellos. Es agotador.

Viene a ser algo así: Empiezan a llorar porque quieren zumo, cuando te levantas y les das el zumo empiezan a llorar porque no querían ese vaso, querían "el otro". Si les cambias el vaso siguen llorando porque ese zumo, el que siempre compras y del que no ha habido quejas nunca, no le gusta, o porque has puesto demasiado poco, o porque has puesto mucho... Llorar y llorar y llorar. Y claro, tú te terminas desesperando porque estás haciendo lo posible por contentarlo y es que ¡parece imposible, oye! O peor aún, te tomas el llanto y esa aparente eterna insatisfacción como algo personal y empiezas a pensar cosas como "lo estoy haciendo fatal" y "soy una madre horrible".


¿Qué es lo que está pasando en realidad?


En realidad lo que está pasando es que necesita llorar. Necesita llorar, necesita desahogarse y necesita hacerlo contigo que eres su figura de apego principal. Lo que parecen motivos, o caprichos, no son más que excusas. Y todos esos intentos en complacerle en realidad están estorbándole porque lo que quiere y necesita es explotar, y está buscando un buen motivo para hacerlo.

No siempre es así, por supuesto, hay diferentes tipos de llanto. La mayoría tienen una causa definida y si la causa desaparece, desaparece el llanto. Pero a veces, sólo a veces, necesitan llorar y no saben por qué. Sólo saben que tienen como una presión en el pecho o en el estómago que no les deja tranquilos, y saben que llorando se les pasa, así que inconscientemente buscan algo, un detonante, un catalizador y ¡boom! ¿Cómo los distingues? Fácil, si llora porque tiene hambre, cuando le das comida deja de llorar. Si llora porque dice que tiene hambre, y luego llora porque no era eso lo que quería, y cuando se lo cambias llora porque... Entonces no llora porque necesite comer, llora porque necesita llorar.

Ayer tuvimos en casa un buen ejemplo de esto:

El peque llegó del cole más o menos bien.  A eso de las 4 llamó a la puerta un mensajero. Yo estaba esperando que trajeran un paquete de un regalo que había comprado para el cumple de mis sobrinas la próxima semana. Mientras subía el mensajero le expliqué al peque que el paquete que traían era para sus primas y que no lo podíamos abrir porque era un regalo. Parecía que lo estaba entendiendo, pero en cuanto me dieron el paquete empezó a intentar alcanzarlo para abrirlo. Le recordé que no era para él y que no podíamos abrirlo así que para evitar luchas puse el paquete en lo alto de un armario.

Os podéis imaginar la reacción. Se puso a llorar muy, muy enfadado, pero como no tenía posibilidad de alcanzar el paquete yo pensaba que se le pasaría en un tiempo más o menos breve. Ya le ha pasado algo parecido otras veces, y cuando ve que no va a poder ser se termina conformando y lo termina hasta entendiendo. Pero esta vez fue distinto.

Me fui al salón para sentarme para poder tomarlo en brazos si quería mimos mientras lloraba. Pero no quería que me sentara, quería que me levantara a por el paquete. Me levanté para abrazarlo y volver a decirle que el paquete no era para él, que lo sentía mucho pero no podía dejar que lo abriera. Le propuse ir a su habitación a jugar con los bloques magnéticos nuevos que habían llegado el día antes y me dijo que sí, pero seguía llorando. Cuando llegamos no quería que sacara los bloques. No quería que yo tocara nada, no quería que yo jugara. Lanzó una caja de tela vacía al otro lado de la habitación, se tiraba encima de mí. Gritaba como si estuviera poseso, cuando se calmó un poco me pidió que le bajara de la estantería la pista de bolas. Le dije que antes de bajar eso teníamos que recoger algunas cosas porque no había sitio en la alfombra con todas las cosas que había tirado antes. Me dijo que sí, que íbamos a recoger, y le dije que necesitabamos la caja de tela que había lanzado antes. No quería cogerla él, quería que la cogiera yo. Intenté hacerlo más o menos juguetón, echarle una carrera a la caja, pero nada, no había manera. Yo me estaba empezando a mosquear porque... porque soy humana. Total, que al final me levanto a coger la caja y empiezo a recoger yo sola. Y el peque llorando como una magdalena en la otra punta de la habitación. Guardo la caja en su sitio y me pongo a recoger los bloques, y se lanza a mí como una fiera para que esos no los recogiera. Vale. Esos no. Sigue llorando. Le bajo la pista de canicas. Sigue llorando. Empieza a decirme que abra la caja, que tengo que jugar yo...

Y ahí es cuando me vengo a dar cuenta de que haga lo que haga, va a seguir llorando, así que mejor me pongo cómoda para aguantar el chaparrón.

Veréis, hasta ahora estaba intentando que se le pasara el enfado pensando que era por lo del paquete: validaba, acompañaba, intentaba explicar pero brevemente, y cuando veía que bajaba la intensidad probaba a plantear alguna actividad alternativa para que se desbloqueara y ayudarle a pasar página. Vamos, que estaba intentando que dejara de llorar. Y como no lo conseguía, me estaba empezando a poner nerviosa y a frustrarme. En el momento en el que me di cuenta de que iba a seguir llorando un rato más hiciera lo que hiciera y decidí no hacer nada más que esperar, fue como si me quitaran un peso de encima.

Le dije que me iba a ir a mi habitación, que estaba nerviosa y necesitaba tranquilizarme. Podía haberme quedado en su cuarto, pero la verdad es que cuando se pone así prefiero irme a mi cuarto porque mi cama es más grande y estamos los dos más cómodos mientras se revuelca cual poseso. El camino de su cuarto al mío lo hice con él sujetándome la rebeca para que no me fuera. Yo no tenía intención de dejarlo solo como probablemente él lo estaba interpretando, así que me di la vuelta, lo tomé en brazos y me lo llevé a la cama. Me tumbé y le dejé hacer. Cuando estaba cerca, le tocaba, cuando estaba lejos estiraba mi mano por si quería acercarse. A veces lo miraba a él, a veces miraba al techo. A veces en silencio, y a veces le hablaba. A veces intentaba conectar con él, y le decía: "Sé lo que te pasa, cariño. Estás intentando parar pero no puedes. Tu cerebro no puede parar ahora mismo." El peque gritaba, se revolcaba por el suelo, por la cama, intentaba empujarme, me quitaba la almohada, los cojines... Mi suegra en el salón desquiciada de los nervios. Y yo, os juro por lo más sagrao que estaba totalmente ZEN, la respiración y el pulso un poco más altos de lo normal, pero la actitud tranquila y relajada. Después de un buen rato en este plan, el peque se acomodó en mi pecho. Seguía llorando y seguía diciendo que me levantara pero había dejado de revolcarse. Estaba quietecito y acurrucado. Claramente era una fase distintia.

Le dije que no podía levantarme todavía porque aún estaba nerviosa. Que mi corazón estaba latiendo muy rápido y le pregunté cómo latía el suyo. Empezó a discutir conmigo para contradecirme en cualquier cosa que decía, así que opté por seguir en silencio otro rato. Cuando ya apenas lloraba me preguntó si yo ya estaba tranquila y me dijo que él ya estaba tranquilo. Le dije que lo había notado y le pregunté si quería que fuéramos a su habitación en ese momento. Entonces me dijo algo que confirmó para mí que había leído bien la situación:

- "No, mami, yo quiero un abrazo."

Hacía 5 minutos parecía que era lo único que le importaba en el mundo, que me levantara para ir a su habitación, pero ahora era evidente que eso le daba igual. 

Quería un abrazo. Le pregunté si quería un abrazo fuerte o uno flojito, y me indicó exactamente qué tipo de abrazo quería. Seguía llorando de vez en cuando, aunque más que llanto ahora era un quejidito que iba y venía. Y le pregunté que si todavía le quedaban ganas de llorar. Me dijo que sí, pero empezó a enfadarse un poco porque ya no le salían las lágrimas. Me decía "no puedo llorar, mami, ya no puedo" y yo le decía que no pasaba nada, que podía acurrucarse conmigo aunque no estuviera llorando, que si seguía triste podíamos estar un rato más allí. Y al ratito me dijo que ya se encontraba mejor, y entonces le ofrecí algo que no nos falla para rematar estos episodios: El ataque de besos. Me dio el ok y me lancé a él como una mamá osa a darle besos por toda la cara y el cuello y la barriga, besos fuertes, besos flojitos, besos pedorreta, besos mordisquito, hasta que me dijo muerto de la risa que parara. Y paré, y era evidente que estaba como nuevo. Salimos de la habitación y se fue a jugar solo mientras yo hablaba con su padre comentando la jugada. Una hora de reloj había pasado desde que llamó el mensajero hasta que salimos de la habitación totalmente relajados.

Eran las 5 de la tarde y a partir de ahí el día transcurrió con total y absoluta normalidad.

¿Por qué pasa esto?

Ya hemos hablado alguna vez de cómo los niños carecen de algunas de las estrategias conscientes que tenemos nosotros para liberar el estrés y hasta cierta edad la que utilizan es el llanto casi en exclusiva (la risa también funciona, pero no es tan efectivo como el llanto). Los niños acumulan muchas emociones a lo largo del día, no necesariamente negativas, a veces estos episodios suceden después de un día en el que se lo han pasado genial. Esas emociones se acumulan como el vapor en una olla a presión, y los episodios de llanto van funcionando como la espita. El vapor se puede liberar poco a poco, en episodios de llanto cortos y frecuentes, pero a veces necesitan soltarlo todo y quedarse como nuevos. Sé que no es una explicación muy científica, pero es la manera en la que yo los visualizo mejor. En el caso de mi peque, el episodio de ayer se produjo después de lo que consideraríamos una buena racha de 3 o 4 días prácticamente sin llorar, con lo que seguramente tenía bastante tensión acumulada.

A veces también puede ser que tengan una imagen muy específica de lo que quieren, y que ese día estén especialmente poco flexibles. Normalmente la capacidad de ser flexibles es algo que desaparece cuando están demasiado cargados de energía, o extremadamente cansados, o si simplemente tienen un mal día. Si hay algo emocional que los tiene bloqueado y no son capaces de ser flexibles, tienes tres opciones, seguir intentado acertar ofreciendo todas las posibilidades en tu mano para darle lo que aparentemente está pidiendo arriesgándote a frustrarte y enfadarte si no funciona, seguir practicando tus habilidades telepáticas a ver si consigues averiguar exactamente qué es lo que el peque tiene en mente o aceptar las emociones, dejar que suelte lo que necesite soltar y probar a ver si una vez que se ha desahogado ha recuperado la capacidad para ser flexible. Tal vez una vez que se ha desahogado acepte tomarse el agua en botella grande que es lo que tenéis en ese momento en la mochila, en lugar de en su vaso favorito que está a salvo en casita.

La próxima vez que notéis que el peque está en ese plan de que nada de lo que hagáis está bien hecho, probad lo que os digo. Aceptad que lo que necesita de vosotros no es que le cambiéis la taza por enésima vez, sino que aceptéis sus emociones incondicionalmente. Parad de intentar contentarle una y otra vez sin éxito y permitidle que se desahogue y saque todo lo que necesite sacar. Validad las emociones, aceptad incondicionalmente el llanto, ofreceos disponibles para consolar y darles el espacio que necesitan para sacarlo todo fuera. Y hacedlo con calma, visualizaos irradiando amor y calma, disponibles cuando os busquen y dejando espacio cuando sea lo que pidan.

Y luego, cuando pase, abrazaos, besaos y quereros muchos. 

Durante el supermegadesborde emocional que os cuento, el peque me decía que no me quería, que era mala, y todo lo malo que su pequeña y adorable mente de 3 años podía pensar y que por supuesto no me tomé de forma personal.

A los 15 minutos de terminar, cuando ya estábamos tranquilamente jugando juntos en su cuarto, el peque me dijo que era muy buena y que me quería mucho. Y esta vez sí me dejé que sus palabras viajaran directas al corazón. Y le contesté con lo que le digo cada noche a la hora de dormir:

"Yo también te quiero, cariño. 
Te quiero mucho, y te quiero siempre."


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¡Mil gracias por leerme!

¡Feliz Crianza!

3 comentarios:

  1. Ohhhh que bonito, me ha encantado 
    Como aún no soy padre (ya solo faltan 10 semanas para serlo) me encanta leer casos prácticos. Visualizar como lo haría yo, y también intentar recordar como lo hacían conmigo (muy en la línea de la crianza respetuosa por suerte).

    Seguro que muchísimos padres/madres se sentirán súper identificados con la situación y tener estos recursos les ayudará (si se dejan ayudar, claro).
    Últimamente me doy cuenta de que hay familias que le “tienen miedo” a su hijo. Lo pasan tan mal con sus desbordes emocionales que hacen cualquier cosa por evitarlos, y cuando inevitablemente aparecen, sienten que no lo están haciendo bien y les come la culpa.
    El pequeño, al detectar la falta de seguridad por parte de su figura de apego, más inseguro se siente y más potentes y habituales son los desbordes, el pez que se muerde la cola.
    Ojalá encuentren algún día las herramientas que les ayuden a gestionarlo.

    Saludos y gracias por tu gran trabajo

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    Respuestas
    1. Exacto, Mario! Un análisis perfecto del problema de temer a las reacciones de los niños! :) Me alegro de que te sigan gustando las entradas del blog! Ya no te queda nada! qué nervios! :)

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  2. Mi hija tiene 2 años y medio, tengo esta entrada como una de las favoritas, cada tanto la re-
    leo porque re-ordena. Que difícil es no intentar solo que pare de llorar... Muchas gracias!

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